jueves, 11 de enero de 2018

Qué ganamos al no gritar a los hijos


5 cosas que aprendí cuando dejé de gritarles a mis hijos.

Ser madre es una tarea difícil, ¡vaya que lo es! Pero también es la mejor manera de enaltecer nuestra existencia. Algunas veces, el agobio del día a día no nos permite recordar la maravillosa labor que tenemos entre manos y terminamos gritando y riñendo a nuestros hijos, no porque estemos cansadas de ellos, sino porque el cansancio viene del sin fin de tareas que tenemos adicionales a ser mamá, como si serlo fuera poca cosa.

Sin embargo, a veces somos nosotras mismas  las que nos ponemos una meta muy alta, queremos hijos perfectos de los que no alzan la voz ni ensucian su ropa, también de los que son discretos y de los que saludan a todos de beso, queremos hijos de buenas calificaciones y cuartos perfectamente ordenados, que lean de corrido a los 6 años y que no se despeinen, que no pierdan los juguetes y que hagan los deberes solos... 

¡queremos niños que solo existen en las revistas!


Así que lo que aprendí cuando dejé de gritarles a mis hijos fue:

1.- Lo perfecto es enemigo de lo bueno

Cuando dejé de gritarles a mis hijos aprendí que no necesito ser una madre perfecta, no estoy en una competencia diaria para demostrar nada a nadie. Entendí que mis hijos me prefieren menos correcta y planificada y mas espontánea y feliz.

Tal vez mi casa no esté de portada de revista, pero la sonrisa de ellos sí y es porque he dejado de gritarles a mis hijos.

2.-No tengo hijos perfectos, tampoco los quiero perfectos

Mis hijos son perfectamente imperfectos, no les gusta bañarse, riñen para ordenar el cuarto,  siempre quieren un juguete nuevo… y, ¿cómo podrían ser distintos? ¡Son niños!

Los amo así como son, a veces gruñones porque tienen su propio punto de vista de las cosas, a veces caprichosos porque solo quieren ser felices. Esos son mis hijos: perfectamente imperfectos, son niños.

3.- Soy la mamá que mis hijos necesitan

Aun antes de que llegaran a mi vida, ya tenía ideas de cómo quería criar a mis hijos. Cuando venían en camino planifiqué qué iba a hacer en cada situación, no quería ser una mamá improvisada.
Me imaginé cómo le iba a enseñar a rezar y también modales en la mesa. Me dije a mí misma que jamás les daría comida chatarra y que los enseñaría a ser valientes, independientes y generosos. En fin, hice planes con personas que aún no conocía. 

Luego me di cuenta de que debo ser la mamá que cada uno de ellos necesita, porque cada hijo me necesita diferente, porque cada uno de ellos es diferente.

4.- Las miradas de los demás sobran

Tengo muy buenas amigas, con las que puedo compartir con sinceridad las dificultades que a veces voy encontrando al criar a mis hijos, escucho las suyas también. Nos reímos y nos preocupamos juntas, buscamos alternativas o nos hacemos llamados de atención. Son mis socias en esto de la maternidad después del padre de mis hijos.
Pero también he aprendido que hay miradas y palabras que sobran.

5.- Aprendí a superarme a mí misma

Mis hijos, entre lo mucho que me han enseñado es a superarme a mí misma, a ser mejor ser humano. Me enseñaron a fijarme en la meta, no en los obstáculos y que puedo lograrlo sin gritarles a mis hijos.
Hoy en día soy realmente una mejor versión de mí misma con respecto a cuando ellos nacieron, me han hecho reinventarme, me retan a ser mejor

Cada día me levanto con el deseo de ser una mamá a su altura, con la fuerza indetenible para lograr educarles como cada uno necesite, no como yo quisiera para satisfacer mi ego. 
Realmente, no todas las noches me acuesto satisfecha, algunas sí y mucho, pero otras siento que me voy a la cama debiéndoles un mejor día, algunos abrazos y tal vez mucha paciencia. Esos días, más que ningún otro, me acuesto con la total convicción de que mañana tendré una nueva oportunidad de no gritarles a mis hijos.


 

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