"Cambiar un patio es, sin duda, una manera de cambiar las relaciones que se tejen en él. El verdadero reto se encuentra en crear un ambiente que invite a imaginar o pensar, que sugiera más que dictamine."
Anna Torralbo
Suena el timbre para salir al patio. Las aulas se abren, una tras otra, y de ellas salen regueros de niños con una sonrisa en la cara y un bocadillo en la mano. Sus pasos son rápidos, tienen prisa, porque tan solo disponen de treinta minutos para jugar y ellos desearían estar horas. De golpe, el patio se llena de niños y niñas de distintas estaturas, ocupan espacios distintos, algunos en grupos, otros caminan solos o se quedan quietos en un rincón sin saber a qué o con quién jugar.
En tan solo unos minutos, el patio se ha convertido en un lugar caótico a simple vista, la organización del juego parece imposible para cualquiera que mire desde fuera, se juegan tres partidos distintos en un mismo espacio: uno de fútbol en vertical y dos de baloncesto en horizontal. A un lado, un grupo pequeño juega a cartas arrinconado en la pared, las pelotas yendo y viniendo muy cerca de ellos.
No se puede negar que el juego de pelota, y muy especialmente
el fútbol, se ha convertido en el dueño indiscutible del patio.
Dictamina la cartografía del espacio y llena la mente de los pequeños
con sueños de dinero, coches y fama. Mientras, los demás, se
adaptan como pueden alrededor. Son muchos los que no quieren jugar a
fútbol, otros, aunque no quieren, se ven “obligados” a jugar si
pretenden mantener su grupo de amigos. ¿Qué hacemos al respecto? ¿Qué se
está haciendo en las escuelas para romper con el imperio del fútbol?
Si echamos un vistazo a muchos de los patios a los que juegan los
alumnos hoy, comprobaremos que son idénticos a los de hace veinte, o más
años. El patio es el espacio por antonomasia de los niños en las
escuelas, en ellos aflora todo lo que en el aula pueda quedar velado:
grupos de poder, alumnos solitarios, avenencias, desavenencias,
competitividad, conversaciones secretas en los lavabos… ¿Por
qué, sabiendo que este es un espacio donde se crean gran parte de las
relaciones entre el alumnado, seguimos dejando que sea el fútbol (y todo
lo que conlleva este deporte) el que lo monopolice? ¿Qué ocurre con los alumnos que no quieren jugar a este juego y prefieren otro tipo de espacios?
Un
primer paso, pero muy tímido, ha sido el de implantar un día de la
semana sin pelota. Es cierto que algunos alumnos juegan a otros juegos,
pero la dependencia a la pelota es tan grande, que se las ingenian para
convertir cualquier cosa en pelota y jugar a escondidas: reunir el papel
de plata y hacer una bola, ha sido la “solución” que algunos han
encontrado a falta de una real.
Nunca he considerado que prohibir sea la solución, un deporte no es, per se, bueno o malo y prohibirlo no va a cambiar la actitud ni las ideas de quienes lo juegan. Lo que sí es cierto es que en el patio seguirá reinando este deporte.
En
Cataluña, Carme Cols y Pitu Fernàndez, una pareja de maestros jubilados
amantes de la naturaleza, acuden a las escuelas para repensar los
espacios exteriores como espacios educativos. El trabajo que desarrolla
esta pareja es voluntario: “No somos diseñadores.”, afirman, “somos
profesores con inquietudes que, con la ayuda de otros profesionales:
arquitectos, carpinteros, jardineros, pedagogos, etc; vamos encontrando
respuestas para repensar los espacios exteriores de las escuelas.”
Son muchas otras las escuelas que se han interesado por estos
cambios, y que han convertido el patio en un lugar personalizado,
adaptado a las posibilidades y necesidades de la escuela. La Escuela
Infantil Municipal J.M. Céspedes, decidió, en 2007, convertir el patio
en un jardín. Han pasado ocho años hasta que han concluido el proyecto.
Ahora el alumnado juega entre cajas, hierbas aromáticas, troncos y
cabañas de paja.
Cambiar un patio es, sin duda, una manera de cambiar las relaciones
que se tejen en él. Las opciones y las posibilidades son muchas, pero el
verdadero reto se encuentra en crear un ambiente que invite a imaginar o
pensar, que sugiera más que dictamine, porque el día a día de niños y
niñas ya está suficientemente planeado como para colonizar este pequeño
espacio de tiempo que les corresponde a ellos y solo a ellos.
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